¡Vamos al cine! No dejemos que la pandemia nos lo arrebate

Llegamos junto a mi esposa siempre unos minutos antes de que comiencen las funciones en el cine. Nos gusta hacer la fila con suficiente tiempo y esperar a tomar los mejores lugares de la sala. Nos gusta quedarnos a orillas del lado izquierdo, así podemos salir sin incomodar a nadie cuando sea necesario. Nos encanta pedir nuestra comida y disfrutar de ella como un entretenimiento sano en el que además nos educamos. Eso es el cine.

Pero ahora el tiempo nos sobra.

A veces somos los únicos en la fila y en la sala, desde que la pandemia permitió los reingresos, nunca hemos sido más de cinco.

Tengo miedo. Miedo de que nos quedemos sin cines.

«Y yo de quedarme sin empleo», me dice la mujer tras el mostrador. No le publicaré el nombre, porque en su frase y en su voz reúne el colectivo de todos los que trabajan en los cines.

Quiero aclarar que esto no es una nota publicitaria en favor de Metrocinemas, sino que, es el que me queda más cerca de casa. Pero no mentiré que es mi favorito.

Ya son más de tres veces que vamos al cine durante la pandemia. Los primeros días era más cómodo, al salir a las 6:00 de la tarde del trabajo, me daba chance de llegar a la tanda de las 7:00 de la noche. Ahora no, hay toque de queda en Honduras a las 9:00 de la noche y la última función en los cines comienza entre las 5:45 p.m. y las 6:15 p.m. Generalmente ya no llegás.

«Con el toque de queda ya son cada vez menos, no muchos pueden venir al cine a las 2:00 de la tarde. Esperamos con ansias el fin de semana para poder conservar el empleo», dice la mujer mientras se le humedecen los ojos y me imprime los tickets de entrada.

Cerrar la economía es el camino menos viable, me queda más claro que nunca.

«¿Va a querer algo de la dulcería -cafetería-?», me pregunta entre sonrisas de recuperación. Las guerreras no le regalan sus lágrimas a cualquiera.

Todas las máquinas están vacías, no porque no haya productos, sino porque no vale la pena producir en masa si nadie lo va a consumir.

Hoy somos tres, mi esposa Lidia Andino y mi hermano Eliézer. Pido palomitas (rosetas), refrescos, nachos y hotdogs. Una exageración, pero nadie nos juzga como antes 😅, los empleados nos lo agradecen en las miradas. De hecho, regresamos a casa con una caja de palomitas entera que nos duró dos días más.

«Si gusta, yo le llevo los productos a la sala», me dice. Accedo, me quedo pensando, me quedo inquieto. No quiero que se vaya el cine.

La niña del pan

De pronto, una niña de menos de cinco años aparece con dos canastas de pan. No puede con ellas. Sus brazos sostienen una batalla de la que ella no es consciente. Su madre se queda afuera, es obvio que no puede entrar al cine ni a ver, ni a sobrevivir (vender). Aprovecha a que aquella flaquita, trigueñita que tiene más inocencia que carne, pueda vender algo.

Se acerca ofreciendo semitas a L30.00. En la canasta no lleva semitas, sino galletas y pastelitos de piña. Nos sacamos los L30.00 y se los damos. Sus ojos se iluminan y corre feliz gritando: «mamá, mamá, vendí mamá», al tiempo que las dos canastas de pan quedaron olvidadas entre lo que probablemente era la ilusión de poder comer algo esa noche.

Y mientras me secaba las lágrimas de impotencia, volvió por las canastas, contenta. Salió del cine después de hacer dos ventas.

Pero la honestidad del pobre es la honestidad de Dios. La madre le entregó L10.00 en dos billetes de cinco. El precio del pan era L25.00. Obviamente la madre se pudo haber ido con los «cinco pesos» vuelto sin que nadie le dijera nada, sin que nadie la señalara, sin que nadie se diera cuenta. Pero claro es que, actuó bajo la línea honestad sabiendo que de Dios no hay nada oculto, o que el karma se cobra todo lo que mal actuamos.

«Tenga, valen 25», dijo la niña. Ni el otro cliente ni nosotros lo aceptamos de vuelta.

¿Cómo es ir al cine en la pandemia por covid-19?

En primer lugar, la calificaré como segura. Porque desde que llegás -y no solo a Metrocinemas, porque también fui a Cinépolis- hay registro de temperatura, gel desinfectante, distancia social y alimentos preparados al instante, en muchos otros casos, sellados. Es decir, expuestos al mínimo detalle.

En las salas no pueden haber más de 40 personas y el distanciamiento es al menos de tres sillas de una persona a otra. Si vas en grupos o rebaños (familias, amigos, etc.), igual te quedas con los tuyos y se mantiene la distancia.

Desde el momento en el que compras la butaca, en el sistema se refleja la distancia de una persona o grupo a otro. Y por si las dudas, por si hay quién se pone «ingenioso», los empleados del cine se encargan de separar a las personas.

El negocio que sostiene las salas de cine es el consumo en dulcería. No tengas miedo a comer en el cine. Eso sí, trata de que cuando termines, dejar la basura en los basureros (cuando salgas) y no como antes que tirábamos todo por puro capricho.

También recomiendo que cuando termines de comer, te pongas la mascarilla y aunque el personal de las salas desinfecta las sillas cuando te vas, no está de más que lleves tu bote de alcohol en espray y tu gel de manos. Puesto, que es parte de la nueva normalidad, esto no solo aplica al cine, sino a la vida diaria misma.

Siéntete seguro en el cine. No dejemos que la pandemia nos lo arrebate.

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