Nunca es suficiente ¡A un mes de la partida de mi madre!

Por primera vez me voy a referir acá por la muerte de mi mamá. Fue hace un mes. No ha sido fácil. Aún no dejo de abrir y cerrar los ojos creyendo que la encontraré en ese sofá tejiendo cosas que le daban paz y hacían más cálida la vida de los demás.

Aún me cuesta aceptar cada mañana, no escuchar en la sala la HRN o de su boca, «el Motagua llegó y el estadio tembló», sinónimo de que tendríamos un buen día.

No quiero reconocer que se ha ido. Que no fue suficiente todo lo que hice hasta que su vida se apagó frente a mí.

¿Saben qué es ser una guerrera? No es darse likes en redes sociales, sino más bien sacrificar su vida por la de sus hijos. Eso hizo mi madre. No se dio una segunda oportunidad, no se desvió de su objetivo; entregarle a Honduras dos hombres que superaran la barrera de la miseria. Y gracias a ella, mi esposa y mi hermano, lo logramos. Eso es ser una guerrera.

Mi mamá fue tan fuerte que derrotó al covid-19 con enfermedades base, luego la tuve un mes más, pero las secuelas le pasaron factura y se complicó de un problema hepático. Y luchó hasta el último segundo de su vida por volver.

Mi mamá, una generala que nos crió con mano de hierro, pero nunca nos faltó la comida. Nunca mendigó, nunca pidió, nunca se derrotó. Hasta en mayores dolores y sus peores padecimientos, prefirió trabajar por míseros centavos antes que verse derrotada. Una mujer de carácter fuerte, pero de una bondad que muchos no conocían, una bondad sin reflectores, ni cámaras. Aplicó siempre bien en todo lo que hacía, que la mano izquierda no se enterara lo que hizo la derecha.

Pese a que volqué los últimos 20 años de mi vida a mi mamá, en todo sentido, creía que el día de su partida me sentiría en calma por haberlo dado todo, pero no, nunca es suficiente. De pronto sirve de bálsamo recordar momentos felices, sus ojos de ilusión cada sábado porque saldríamos juntos a visitar pueblos, cafés y viveros. Sus infantiles y emocionantes «¡sí!», cada vez que le proponía salir a pasear. O disfrutar pláticas mientras cocinábamos una sopa de res, unos pastelitos o una tortilla de huevo.

Me duele saber que se fue aún con muchas cosas que disfrutar, sin cobrar muchas deudas que la vida le fue debiendo, sin ser capaz de ofrendarle mi vida entera por cinco minutos más de la ella.

Nunca es suficiente.

Nunca es suficiente para agradecer. Nunca es suficiente para reconocer que su lucha me marcó a mí. Que mucho de lo que soy es por usted, que el sentido de vivir era solo usted. Y me niego a aceptar que lo que yo hice hasta el último momento, hasta ese último segundo en la que sostuve sus manos, hasta ese último suspiro en el que usted se negó a morir en esa fría y congestionada sala de hospital, fue suficiente, o al menos justo para devolverle todo lo que hizo por nosotros.

Por eso, le exijo a Dios y la vida, que le recompensen con gloria, todo lo que acá los mortales no le pudimos dar.

Espero mamá, espero de corazón que algún día nos podamos reencontrar para decirle de nuevo gracias, gracias por haber dado literalmente su vida por mí.

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