Aterricé por primera vez en Taipéi en 2013 y para el mundo cambió. Diría que realmente comencé a entender lo que era el primer mundo no guiado por amplias carreteras y altos edificios, aunque también los encontré allí.
Entendí que era el primer mundo cuando miré -con extrañeza para mí- a miles de ellos con mascarillas en el rostro. Un impacto cultural tremendo porque creí que algo raro pasaba. Salí de la aduana y un vehículo oficial me esperaba para llevarme a mi hotel. El conductor me ofreció dos cosas: gel antiséptico y una botella de agua.
Yo no tenía noción del tiempo, había volado 14 horas desde Los Ángeles (LAX), pero no recordaba la hora exacta de salida. De hecho, ahora que lo pienso, me daba igual.
Una persona más me acompañaba en el auto, también era invitado especial del gobierno taiwanés. Él comenzó la plática. En resumen, era estadounidense de ascendencia taiwanesa y se dedicaba a informar a la comunidad china en Texas con su portal web.
Le pregunté finalmente qué pasaba con las mascarillas y el gel. Me dijo: «es por educación y respeto, ellos saben que tienen refrío y que pueden compartir el virus con los que están sanos. Otros, son más propensos a enfermar por asma y se protegen. Otros se protegen del humo de cigarrillo. Y el gel es para limpiar de tus manos lo que todos tocan».

Taiwán sufrió en 2003 el síndrome respiratorio agudo grave (SRAS) (en inglés: Severe Acute Respiratory Syndrome, SARS) en el que murieron 47 personas, pero les dejó enormes lecciones, las mismas que aplicaron para combatir el covid-19, cuyo origen se dio en Wuhan, menos de 1000 kilómetros al noreste de la isla.
Con apenas una muerte por coronavirus y apenas 49 casos confirmados entre una población de 24 millones de personas, Taiwán logró de manera exitosa frenar el paso de la pandemia del covid-19 de manera exitosa, haciendo apenas uso de 6 pasos inmediatos.
Aliado diplomático y comercial de Honduras, los taiwaneses sabían que solamente unidos y sin pensar en intereses personales les podría evitar de una catástrofe.